«Escucho canciones olvidadas por las modas.
Disfruto de la oscuridad, del silencio mientras todos duermen.
Dejo un día y otro, un año más, la imaginación volar…
Me enamoro de cuantas mujeres veo y sueño que una me ama a mí.
Amo a la gente, aprendo a amarla de la misma manera que a mí;
que a los hijos, que a la libertad. La joven libertad…»
Así empieza «Entusiastas», la canción, de Julio Bustamante que da título al disco que me abrió las puertas de uno de los tesoros ocultos, para la mayoría, del POP español. Unos versos que definen su «leitmotiv» y que suscribo letra por letra. Julio Bustamante es un grande de los de verdad, un artista único, irrepetible. Ya conté en esta entrada lo que me inspiraba «Un Mundo Sereno», una de las canciones de mi vida, una de las más bonitas que he escuchado nunca. «Entusiastas» es un disco grandioso, de los que hay que saborear a pequeños sorbos, buscando en sus recovecos, que son muchos, disfrutando de cada de nota , de cada verso, de cada susurro de Julio. Si hace un par de días al hablar de Adrian Crowley las imágenes que venían a mi cabeza eran las de bosques enormes de pinos mojados por la lluvia, escuchar «Entusiastas» es trasladarte a tardes mediterráneas de agosto, calurosas, lentas, tranquilas, placenteras. Todos los adjetivos se me quedan cortos. Escuchad este disco, me lo agradeceréis.
Cómo me gusta acariciarte por debajo de la ropa
cuando me llevas de paseo en bicicleta
y me preguntas si estoy loco …
Por supuesto que sí, estoy loco por ti,
y por tu amiga también.
Cómo iba a ser de otra manera
en esta tierra de palmeras, de jazmín y de azahar.
de «Un Mundo Sereno»
Ser nómada es ser una estrella errante.
Ser nómada es reinar sobre la oscuridad.
Enciende una cerilla, enciende un deseo,
que todos los días se parecen a Wendy.
de «Ser Nómada»
Cuando miro y no estás busco dentro de mí
en los días de sol, de primavera y mar,
que yo nunca encontré un corazón así.
Que no hay otro camino que ser un niño y dar color.
De ti yo lo aprendí y no lo he de olvidar.
de «Amigo de las Hadas»
Después nos vimos desnudos sobre una cueva preciosa,
abrazados nuestros cuerpos; temblando de mil delicias…
Perdidas nuestras miradas sobre una hoguera flamante
que ardía sin consumirse por los siglos de los siglos.
Abajo cantaban las olas reflejando otros planetas.
de «Sueño Rosa»